Del mismo modo que parte de la ciudadanía percibe la Cámara Baja como un lugar en el que, dicho cariñosamente, se trabaja menos de lo que se debería, existe también la sensación de que el Congreso de los Diputados es una suerte de institución omnisciente, es decir, que conoce todo aquello que conforma la realidad e incluso aquello que entra en el campo de lo posible. Como regla general no es cierto lo primero, pero es seguro que no lo es lo segundo.